lunes, 28 de junio de 2010

Coser


El trabajo de costura me gusta por varias razones pero, por sobre todo, porque es una labor que se realiza con las manos y toda la energía que de ellas nace. Además, es un trabajo que, en estricto rigor, se salta u obvía ciertos procesos industriales que hacen que los productos sean impersonales y sin espíritu.
Es noble y va tejiendo en la memoria de quién lo ejecuta recuerdos y sensaciones relacionadas con los materiales, los colores, el sonido de la máquina, la tela que se transforma.
Es una motivación para descubrir, en callecitas pequeñas y desconocidas, cordonerías atiborradas de cosas hermosas: botones, cintas, pasamanería, encajes. Todo lo que constituye el tesoro de una costurera y que es valorado de tal manera que cuesta demasiado deshacerse de él. Por eso, cada centímetro es usado en un producto que debe ser cuidado y amado.
Eso es lo que propongo con los bolsos que hago: un rescate y un respeto. Rescate de lo que yo llamo "patrimonio textil" y que lo forman todas las cositas que encuentro en cordonerías, costureros, tiendas de ropa usada. Respeto, porque mi confección está llena de él; respeto por las terminaciones, por el uso de las telas, por el diseño, por la exclusividad y por la persona que lo usará.
Coser me llena de felicidad, me lleva a un mundo de fantasía en donde las posibilidades de alcanzar la belleza son infinitas. Coser, de algún modo, me conecta con una parte mía que tiene algo de ancestral, de primitivo.
Coser es un mundo en si mismo. Y como tal, tiene su propia e íntima historia.

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